Yo quería escribirte
el poema más triste del mundo.
Hablar de noches que
palidecen,
de ojos que retornan
de su llanto,
de distancias
insalvables, de silencios
que engendran más
silencios.
Yo quería jugar. Del
intento del niño que fui
a las palabras que
supieron ser de nadie,
descolgarme por tu
falda como un suicida
peleando el invierno
en que me faltas,
enseñandole los
dientes a la vida
-pulcra mujer que me
interroga los domingos-.
Yo quería un tren y
una cometa y un poema
-el poema lo
recuerdo sometiéndose en tus labios-,
una verdad a medias,
un intento de tristeza,
una estación sin
esperas,
un desencuentro.
Yo quería decir no a
la vida un martes mientras
la cama sepa a
estancia y la acompañes
de la mano hasta el
colegio.
Yo supe por tus ojos
que existía.
Y por eso te regalo estas
flores y mierda.
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